Se habían tirado muchos trastos. Casi todos. También se habían dicho lo indecible. Agotaron el léxico. Su convivencia resultaba imposible. Lo sabíamos la mayoría de los caboranenses que participábamos en el papel de ávidos espectadores, cual fila numerada del Cantiquín, de todos sus públicos encontronazos. Los otros, los de puerta adentro, nos los imaginábamos de igual o mayor porte.
Cuando ya no tenían qué arrojarse, se separaron, privándonos de los espectáculos de calle que proporcionaban. Mi último recuerdo fue éste: Xuacu en la planta tercera, del portal 2, del Bloque 1, y Antona en la planta baja del mismo inmueble, con un cuchillo de corar en la mano derecha, en plan gore, gritando:
- - ¡Baja!, si tienes cojones
Y todo el vecindario a coro:
- - ¡Que baje!, ¡que baje!
Bajó mas tarde. Cuando Antona había desistido de su actitud bélica. Prometieron no hablarse más. Y desaparecieron del pueblo. Primero él. Más tarde, ella. Dejando una generalizada desazón en Caborana porque, por un lado, por separado, eran buena gente, y porque, por otro, no resultaba agradable que nos restregaran los de las localidades limítrofes la Leyenda de los famosos toriazos de Xuacu y Antona, como rasgos definitorios del carácter local. Del nuestro, claro.
La búsqueda de material documental acerca de las andanzas de Isongu, el nuestru, por Roma, Romae, me llevó hasta Lucca. Eso, y porque la bici es su único medio de transporte urbano. Y ya sabéis que a mí me chifla ese invento de dos ruedas y energía humana, transmitida mediante pedaleo, en forma de giro motriz, a la rueda posterior. Por allí deambulaba. Ya sabía hasta el baretto dónde mercar brebaje, por si fuera menester. Atardecía, cuando me acerqué a la plaza circular construida sobre un antiguo circo romano. Sentía barullo. Oigo un grito, similar al hurra en San Mamés al Atletíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii:
- - ¡Vivan los noviooooossssss!
Y la respuesta coral del stadium:
- - ¡Vivaaaaaannnn!!!
Y, qué era lo que era lo que observaban mis ojos. ¿Xuacu?¿ Antona?.¿ Allli? Era la quinta vez que se casaban y para ese feliz retorno a la conocida institución matrimonial, habían elegido un sitio propicio para el sí, quiero. La Toscana. A unos pocos kilómetros de sus Colomines.
- - ¡Vivan los noviooooossssss!
- - ¡Vivaaaaannnnn!!!!
En ese momento los ojos de Antona y los de Xuacu adquirieron un brillo especial. Como si fueran primerizos. Comenzaban a hacerse visibles las primeras lágrimas, a la vez que se fundían en un tierno y afectuoso abrazo. Eran otra vez marido y mujer. Xuacu y Antona.
- - ¡Vivan lo noviooooosssss!
- - ¡Vivaaaannnnn!!!!!
La emocionante situación se rompió con el tronío de una gaita que arrancó al ritmo de una jota. Cada uno se fue incorporando a la melodía con lo que tenía más a mano. Algunos incluso vociferaban la letra:
anda la xente asustá,
porque nesta jodía boda
va manducase carne robá
Los huecos abalconados de los edificios que delimitan la plaza se llenaron de gente curiosa. Acabada la improvisada interpretación, aprovechando el silencio resultante tras el déjalo de la música y acompañamientos, Benxa, que no preguntéis la razón , pero, andaba por allí, le pregunta a una señora que se encontraba en el primer piso y podía oírle:
- - Ehhh, ehhh, oiga, .. ¿molestamos?
- - No, no. Qué va. Espectáculo gratuito
Xuacu y Antona,
para su quinta noche de bodas,
pero que a última hora cambiaron
por el cuartón de la prevención policial