Ayyy, humilde de ti si no lo haces. Miserable de mí si no contribuyo. Significaría que no me quieres, que no eres lo suficientemente atenta, o que soy tan perverso y mezquino como el Mou portugués del real madrileño.
Pero de sobra sabes que yo sí te quiero, por eso te apurro este regalo. De manera que ahí tienes esto tan bien envuelto que no sé si te hace falta ni si te gustará. Anda!, abre ya el paquete, compón en tu rostro el gesto de incrédula alegría ("¡ye lo que taba esperando!"). Y póntelo, úsalo, muéstralo, tráelo contigo cuando nos vayamos a ver. Así me mantendrás en la Inopia, creyendo que, como siempre, he acertado. Cielo mio, de verdad, de nada.
Contemplo con melancolía resignada los regalos que ya me han hecho por Navidad. Unos no me agradan, otros no los preciso y el resto no sé lo que son. Ahh, también hay calcetines, una corbata y agua de colonia de Varon Dandy. Algunos trastos, me llegaron sin pilas o con graves defectos de forma, como adquiridos apresuradamente en un chino de todo a un euro y empaquetados con un cierto primor en un papel regalo que ya había visto en la librería de la planta baja de casa; otros se me antojan desmesuradamente caros, humillantes o, lo que es peor, como que coartan mi libertad de correspondencia posterior. En los de más allá, aprecio el esfuerzo de buscarlos, el tiempo gastado en el Drugstore de la Carretera General, el de la Viuda - en prisas, barullos y aglomeraciones, empujones - por el entusiasmo y la buena voluntad del donante. Otros tendré que reciclarlos. Ahora que no me oyen ni me leen os lo cuento, ya tengo pensado a quién dárselos. De verdad. Se los daré. Tenerlo en cuenta.
- Ostia!!, y ahora, ¿qué cojones voy facer yo con esti regalu que nun necesito, nin me gusta?.
De todas formas, ya puestos, os deseo que los Reyes del Lejano Oriente se porten tan bien con todos vosotros como espero que lo van a hacer conmigo. De nada.