T E R E S I N A

domingo, 27 de mayo de 2012



La del Segundu. La de Pepito. 

Murió.

La madre de Javier. Y de Marité. Y de Manuel. Y de Juani. Y de Carlos. Y, un poco, la de todos los que llegamos a convivir con ella en las inmediaciones del Segundu. Porque, resultaba, tan presta y receptiva siempre, como una madre. 

Con ella rompí un tópico. El de que es imposible encontrar, así por las buenas, mejor cocinera que la madre propia. Partiendo de la premisa de que yo era mal comedor. Vale, vale. Pues, Teresina, entendía yo, cocinaba mejor que la mía, así que, siempre que podía, me colaba en su casa a comer. Y siempre me recibió como un fíu más. Allí tenía siempre mi plato. Sin ninguna distinción. Y todo me sabía a gloria: ¡Qué arroz galopiando! 

Sentados en los sucesivos escalones del tramo de escalera que comunicaba la cocina con el espacio bajo cubierta, ocupando dos peldaños cada uno, el inferior para asentar el trasero y el superior para colocar el plato, nos situábamos los cinco más uno. Así, en progresión ascendente, toda la tropa infantil. 

Ahora, con la perspectiva que dan los años transcurridos, puedo razonar que igual no era por la comida. Que lo mismo era por el ambiente. En ese supuesto, también mérito de la amable de Teresina, que seguramente bastante tendría con lo suyo como para añadir un comensal más a la mesa escalonada. 

Y la anécdota. Alguna cosa tenía que hacer Teresina en Moreda e iba a llevar con ella uno de sus hijos, Juani. Me pidió que lo acompañara, como amigo y vecino. Éramos unos guajes. Para Moreda subimos los tres. Y, estando al lado del la Confitería de Abelardo, se para con una conocida suya y, mirando para nosotros, le espeta: 

  • - Estos fíos tuyos, nun los pué negar: son igual qu´l padre.
 
 
La carcajada de Teresina se escuchó hasta en Morea Riba. Nosotros no entendimos nada. Hoy, también nos sonreímos al recordarlo. 

Finalizo. Vecinos, se nos fue la matriarca. Perdimos la referencia que nos recibía cada vez que nos acercábamos al barrio. Y fueron muchos años. Parece imposible. Pero nos deja, en el recuerdo, su gracia y sonrisa constante, presente iluminador permanente en nuestra dispersión por la provincia, el país, o allende la nación. Amén.