HAY VIDA

jueves, 2 de febrero de 2012


Era la hora en la que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando de gritos la calle. Al menos eso había visto en Sayuela, todavía ayer a la misma hora. Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes.

Fui andando por la carretera general. Miré las casas vacías, las puertas desporticadas, invadidas de hierba y con las ventanas sin cristales.

(Pedro Páramo. Juan Rulfo. Da la sensación de que los exteriores descritos parecen próximos y rodados en Caborana, pero dar por hecho que Juan Rulfo no pasó por aquí. Hay más Caboranas. Seguro)



Para muchos la música terminó hace cuarenta años. Con la muerte del ídolo. Y permanecen ensimismados en los acordes de su hammon (Jim Morrison, por ejemplo). A nosotros nos pasó un poco lo mismo con la Historia del Rock local. La personificamos en exceso y quedó interrumpida. Por idéntica y cabrona guadaña.

La noche de Reyes había quedado a cenar con unos amigos en Moreda. Cuatro de nosotros, de Caborana. Cuando pasamos delante de nuestro pueblo, por la ronda, nos sorprendió el destello multicolor de unos fuegos artificiales. Retrocedimos desde Sotiello y nos encontramos con la Cabalgata. Con la Cabalgata de Reyes de Caborana. Sigue habiéndola. Y como no hay críos que colmen las aceras y se emocionen y lloren al paso de la comitiva, al estar la población envejecida, se recurre al disfraz. Y tuvimos la ocasión de visualizar a cantidad de gente conocida: Pedrín, Lola, Juan, María, Teresa, Encarna, Miguel,… vestidos de niños. Y comportarse como guajes. Con lujosas gorras para el frío. Con el rostro contenido por el asombro y la emoción. A punto de llorar. No sabiendo precisar muy bien el porqué. Si por el estado de ánimo que provocaba el momento. O por la grotesca situación originada. A lo mejor, por el no volverán. A lo peor, por el, ¡uy!, si volvieran. Agradecí no llevar encima la cámara para no tener que enfrentarme a la doble tentación: la del click y la de pasaros las fotos.

Cenamos como siempre, y las copas, servidas con la elegancia y calidad sabidas, las tomamos en la Teyka. Al cierre, dispuestos a la despedida tras desearnos éxito con los nocturnos regalos monárquicos, uno apunta que, ¡nada de para casa!, que íbamos para Caborana que se celebraba allí su renombrado Cotillón de Reyes. Bueno, ¡qué mal te sienta el Larios!, contestó alguien. Jejeje, seguro que no quedan entradas, se oyó decir por allí, a nuestra espalda, a un cafre de Moreda. Pero, a pesar de que sonaba a broma, decidimos atravesar el pueblo y obviar la ronda. No se veía ambiente especial en la calle. Ni iluminación en el Casino. Estacionamos los coches y nos acercamos a la antigua capilla de los frailes. Y nada más abrir la doble puerta acústica, nos llega el alegre ritmo caribeño de la música y la aglomeración del recinto. Con dificultad, nos allegamos hasta la barra a seguir ronda con otros gin-tonic y nos fuimos adentrando en la sala. Al fondo, la música con la orquesta en formación de trío. ¿Pecaré de machista si empiezo diciendo que la vocalista era una tía potentísima? Las prisas por acercarnos, yo creía que para precisar curvas femeninas, nos aproxima a la formación orquestal para ver que el de los teclados saluda a uno de los colegas, al que nos había conducido hasta el baile. Ante mi semblante de extrañeza me aclara que el músico era también de Caborana. Acabada la bachata, el supuesto lugareño, antes de anunciar la nueva interpretación dice por el micro:

  • - Ay, bribón, bribón, salúdesme porque quiés que te presente a la viuda esta.

Pelo, vestido, medias y zapatos negros se acomodaban a dicha situación civil. Y cuerpo serrano para haber matado al que le otorgaba el título de viudedad, le sobraba.

Enseguida hay una pausa de descanso que, como siempre, deshace entuertos. ¡Por las fotos los reconoceréis!, me parece que había dicho el Señor. Son éstas:





Más música. Más baile. Más regalos. Más copas. Más horas. Y para finalizar, con la alborada y la amanecida guiñando el ojo desde Caravanés, sopas de ajo y chocolate con churros para todos. Intimación colectiva. Salto atrás inmediato, vertiginoso y agradable.

Y como todo, con su…. colorín colorado. Para, a pesar de todos los pesares, concluir alegremente por donde empezábamos. Por el título:

¡ H A Y V I D A !


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