19 M. CRÓNICA DEL DÍA DESPUÉS

domingo, 21 de marzo de 2010


Ayer, un día con agradable viento sur y con el sol asomándose furtivamente entre el rápido peregrinar de las grises nubes desde La Santa al Picu Moros, fue la reunión anual de ex-alumnos de la Academia San José. La Sanjosé. La había anunciado, con su cartel, en una entrada anterior.

Tras un apacible viaje, al ritmo de las alegres notas de los Flying Burrito Brothers accedí a Morea por la Calle de la Estación con la intención de aparcar por allí el coche. Ni un sitio. Dobles y hasta terceras anárquicas filas. Seguí pausadamente hasta Les Colomines. Después de alguna vuelta, conseguí estacionarlo por el barrio. Con la gabardina bajo el brazo, sobre las doce del mediodía, me encaminé hasta El Campu, lugar en el que pensaba encontrarme con el resto de los asistentes, la verdad que sin haber quedado concretamente en ningún sitio específico. Lo agradable de la mañana me llevó a sentarme en uno de los bancos públicos que rodean la fuente de la Plaza, con orientación sur y mirando hacia ella
.





Allí estaba, con la sensación de apacible confort provocado por la alta temperatura reinante que se suavizaba por el aire que me llegaba refrescado al sobrepasar, flirteando, por el serpentín que formaban los chorros de agua de la fuente, cuando se me acerca un paisano, del que reconozco inmediatamente su identidad. Tista, El Helaeru. Muy respetuoso, me pide permiso para sentarse a mi lado.

  • - Hola, buenas, ¿puedo sentarme?
  • - Sí. El banco no es mío. Estaba aquí cuando yo llegué. No lo traje yo. De verdad. Siéntese.

Contestación que le provocó una cómplice sonrisa, que facilitó nuestra posterior conversación. Le solicité la confirmación acerca de su identidad. Me dijo, sí, soy Tista. Yo a usted lo conozco, hacía helados en Caborana, justo detrás de la Escuela de la Señora Luz, a la que iba a clase cuando era un crío, le precisé. Intentó disculpar un imposible: que no me reconociera. Para continuar la conversación le pregunté si era de Caborana, a sabiendas de su respuesta negativa porque nunca había perdido el acento castellano en su habla.

  • - No. Nací en un pueblo de Santander. De allí salí a los siete años y, desde entonces, peregriné sin cesar. Me cogió la guerra, tras ella una militarización de tres años en Marruecos, …Y, llegué a Caborana.

Superada la presentación, la privilegiada posición que teníamos, nos permitía divisar toda la perspectiva del entorno del Campu. Y comenzamos a evocar en voz alta los cambios allí ocurridos. Tista, que había consumido muchas horas de su tiempo de juventud con su carro heladero en las inmediaciones, empezó la disertación.




  • - Ese edificio gris, de arquitectura neomoderna es el Centro de Salud, justo donde estaba la Casa de España y el Cine Covadonga.
  • - Por ahí situabas tu el carro, quiero recordar.
  • - Sí. Allí delante. Es un edificio muy agradable, deberías entrar. Tiene un diseño funcional y algún detalle de modernidad elogiable.
  • - Otro día. Hoy me llega con la apreciación desde este punto de fuga.
  • - El otro edificio de mas allá, es el Hogar de los Jubilados. De ladrillo rojo, cara vista, que no aporta nada al conjunto de la Plaza, mas bien desentona. No me gusta.
  • - Bueno, es una consideración. A mí, tampoco.
  • - Y ahí en el medio, estaba la Escuela del Campu.
  • - La recuerdo.
  • - Ahora, montaron ese quiosco de estilo indefinido.
  • - Sí. Pero, en general, la Plaza tiene una configuración aceptable.
  • - Admitámoslo. Sí.


Estábamos es esa plácida y compartida conversación cuando se levanta y me dice:

  • - Bueno, me voy a darme un baño antes de ir a comer.





Y yo no le pregunté, por resultar irrelevante, si había decidido ir al Pozu de Oyanco o al de La Viñona.

Al poco tiempo me levanté y caminé despacio, como demandaba la suavidad atmosférica, hasta las inmediaciones de La Iglesia. Delante de ella, me encuentro con Fredo, del que supuse que estaba allí por el mismo evento que me había trasladado a mí hasta Morea.

  • - Hola Fredo
  • - Hola, hombre, hola. ¿Qué tal?
  • - Bien. Y, ¿tu?

Tras su respuesta, estando uno frente al otro, para no continuar allí como dos pasmarotes, le pregunté una trivialidad, justificada por el tiempo que hacía desde que no nos veíamos.

  • - En qué andas?. A que te dedicas?
  • - Qué es, que no lo sabes?
  • - No
  • - Es imposible.
  • - Joder, no. No me digas que participaste en el último Gran Hermano y no me enteré.
  • - No
  • - Entós?
  • - Soy el Violador del Postigo.

Debí de pasar, vertiginosa y secuencialmente, de una expresión facial de incredulidad a otra de cierto temor, a lo que me respondió Fredo:

  • - Mira

Y tocando un pequeño botón que tenía en la petrina, automáticamente, con un ligero silbido siseante, se le bajó, a tometer, la cremallera de la bragueta. Yo no había ni oído ni sospechado cosa igual. Aquello me había puesto muy incómodo. Así que, aprovechando que pasaba por delante de nosotros una señora entrada en años, de teñido pelo rubio bajo el que intentaba camuflar el dato de su vetustez, aparejada con un aparente abrigo de astracán blanco, prototipo de una asidua asistente a las aburridas tardes del Casino, me tiré a abrazarla, a la vez que la saludaba con dos besos, uno por mejilla.

  • - ¡Hola, mujer!, ¿qué tal?

Como no salía de su asombro, repetí la operación a la vez que le explicaba, entre beso y beso, que debíamos desplazarnos juntos de allí y que la acompañaría, como si fuéramos viejos conocidos. No puso mayor reparo a la invitación e iniciamos la marcha amistosa en dirección a Casa Bayón.

  • - Pero, qué me dices que te dijo aquel que estaba contigo
  • - Nada, sigue hacia adelante. Ya te contaré
  • - Ya me lo puedes contar. Estamos lo suficientemente lejos de él como par que no lo oiga.
  • - Me dijo, que era el Violador del Postigo
  • - Ostia. Venga. Damos la vuelta. Preséntamelo.

Y dimos la vuelta. Repentinamente. Como si acabáramos de darnos cuenta de que se nos había olvidado algo. Lo que no sospechaban los que nos estaban avistando desde las tribunas de las terrazas de las cafeterías adyacentes era que retornábamos a por el Violador. Del Postigo.






Tuve suerte. No hizo falta presentación. Cuando nos acercamos a Fredo, que permanecía a las puertas de La Iglesia, ya habían llegado a la zona mas colegas, entre los que me escabullí como pude, mientras observaba de soslayo como la Rubia y Fredo acabaron haciendo teatral mutis por delante de Casa Gésima.

A partir de aquí, mi vivencia pasó a ser colectiva. Saludos y abrazos. De profesores, solo asistieron Dorita y Lillo. Le dije a la profesora de Geografía que aún recordaba las comarcas y pueblos del país. Le recité, como ejemplo, las de León: Altos Valles Palentino-Leoneses, El Bierzo y La Maragatería, a las que les correspondían los pueblos de Villamanín y Pola de Gordón, Villafranca y Ponferrada, Astorga y león, respectivamente. Y acabé confesando una intimidad, la pena que me daba cada vez que llegábamos a la provincia de Valladolid. Joder, había que decir, Valladolid no tenía comarcas, pero sí pueblos. No tenía comarcas. Sin saber muy bien que eran unas y otros, me daba una pena de la ostia su carencia y se me humedecían solidariamente los güeyos, solo de pensarlo. Pobres. Cómo podrían vivir los vallisoletanos sin comarcas. El azar, en forma de sorteo de la mili, me resolvió para siempre la incógnita.






Después, la comida. Sobremesa. Recuerdos. Y algún descubrimiento sorpresivo. Allí me enteré que Graciano, Graciano García, el ex Director de la Fundación Príncipe de Asturias, estereotipo de personaje de Morea, grandón, campechanote forzado, triunfador y multicondecorado, características que confirman su controvertido posicionamiento acerca de su origen, había nacido en Caborana. No en Morea. Aunque lo diga él. Y aunque lo ponga la Wikipedia. Engañan ambos. Cuando uno nace en los Cuarteles del Segundu Baxo de Caborana, se ye de Caborana. De por vida. A pesar de que el amañado guión necesite poner lo contrario.







Al marchar, me encontré con este despropósito de obra pública. Una rampa, se supone que para eliminar la barrera arquitectónica que representa subir las escaleras que comunican la Calle de La Pulga con la Plaza de La Iglesia, con una pendiente del 50%, donde no se puede superar el 8%. Pa matase. Toda una amenaza y atentado del Gobierno municipal contra la seguridad vial. Y la Concejala opositora, obcecada, intentando hacer navegable el rio. O poniéndonos una escalera mecánica en Caborana. Doblemente lamentable.





3 comentarios:

Anónimo dijo...

Chico, vamos a tener que pedir a la Nueva España que renueve a su corresponsal.

Jaja, una mañana en la Plaza del Campo de la Iglesia de Moreda da para mucho.

Te diré, Exiliau, que la rampa que criticas está sin acabar. Van a colocar un cablestante móvil, al que te ouedes enganchar para subir sin esfuerzo. Como si fuera un plano inclinado de los de antes. Los que bajen por ella sujetos al cable, empujarán a los que suben. Muy mediambientalmente correcto.Lo diseñó, directamente, el Alcalde, que de eso sabe mucho. ( Jaja. De lo otro tb )

Ánimo.

BEA dijo...

¡Cuánto destrozo!. Y pensar que uno de los de la foto estaba empeñado, dale que te dale, en bailar conmigo. Aunque hubiera sido adivina. Jaaaaaaa!!!.

Un saludo

Anónimo dijo...

Jeeeeeeee. Bea, que conclusión podemos sacar nosostros, cuando ninguna de vosotras se atrevió a acudir a la cita. Ehhh. ¿Fregando?